Hacer un análisis sociológico en Venezuela no es tan fácil como parece,
menos si tomamos en cuenta que aquí la gente puede ser muy apática como
ciudadanos, pero a la hora de hacer enfrentamientos políticos, se les despierta
el gen de la pasión y todo lo llevan al extremo. No todos, por supuesto, pero
es el común denominador de nuestros últimos quince años. Por cierto, qué
lástima que haya terminado el mundial, porque después de cuatro años pude ver a
mi vecino compartir en felicidad el triunfo de su selección favorita. Pero
bueno, no todo es perfecto, ya acabada la distracción mundialista, debemos
volver a mirar al mundo y sus conflictos. Y a nosotros mismos, por supuesto,
porque de nada nos sirve seguir viendo las novelas baratas de Venevisión y
quedarnos frente a una pantalla mientras nos envenena (o adormecen) la mente.
Decía Einstein que “hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la
electricidad y la energía atómica: la voluntad” y es cierto. Fíjese usted
que aquí en Venezuela no es fácil estudiar a las personas, al ciudadano común,
por una simple razón: la voluntad la tienen más estropeada que el liderazgo de
la MUD.
Estamos viviendo en una situación de tanta intensidad política que uno
ya no puede ni felicitar a la selección Alemana de futbol porque siempre sale
alguien diciendo: “no es el día de felicitar a extranjeros, es el día de salvar
a la patria” o “el futbol es un invento del imperialismo”. Aquí es dónde uno se
pregunta: ¿Por qué pelean tanto y por tontería? Fácil: la política nos ha
convertido en rivales a nosotros mismos.
En los conflictos siempre habrá dos partes disputándose una verdad.
Rusia y Ucrania, por ejemplo; o Israel y Palestina. O la señora que dice que
estamos mal y la vecina que cree que vivimos en la Isla de la fantasía. Sea
cuál sea el caso, el hecho más importante es que en Venezuela la gente se ha
volcado a sentir tanta pasión por la política (y los políticos) y eso nos lleva
a concluir que la lucha no es solamente El Gobierno contra la Oposición, no, es
de los ciudadanos contra los ciudadanos.
Si revisamos los hechos del último año podemos observar que el
venezolano no sólo pelea por política, ahora pelean cuando hacen cola para
conseguir leche, cuando deben comprar un desodorante por persona, cuando llega
azúcar a un local de chinos en la avenida Baralt y todos se caen a golpes para
ver quién entra primero… en fin, una cantidad equis de situaciones que ninguna
de las dos partes involucradas parece notar.
Una parte de esa gente pelea por comida, insumos, medicinas y servicios
básicos como el agua y la luz, y otra que, aunque no consigan nada y no asuman
que hay ciertas situaciones incomprensibles en el país (como el hecho de tener
una tasa de cambio elevada que nos deja una malta en 25 Bs, malta que, valga la
ironía, producimos aquí) no tan con cierta molestia como cada vez se hacen más
evidentes las similitudes que tenemos con nuestros hermanos venezolanos. Entre
esas similitudes están en el hecho de padecer, todos, el mismo mal: los
políticos nos ven la cara de pendejos.
Tenemos un presidente que habla de paz por una parte, y por la otra
envía tropas militares, cuál comando Swat, a las manifestaciones pacificas para
reprimir las marchas. ¡Ojalá enviaran a los militares a la frontera para que
repriman a los narcotraficantes con la misma diligencia burocrática! Tenemos
unos policías que, por un lado, asaltan a media noche las vigilias y
universidades para detener a inocentes y culpables por igual pero que encubren
las actuaciones de colectivos y malandros infiltrados, y ni hablar de ir a los
barrios o patrullar las calles, no señor, nada de eso; primero el compromiso
con la patria suprema y el pueblo.
Claro, y el pueblo que siga sufriendo ¿no?
Mientras todo eso ocurre frente a nuestras narices, los venezolanos
estamos atrapados en una guerra más personal y peligrosa. La guerra con
nuestros hermanos. Y ni hablar del suplicio del salario mínimo que las
pertinentes sanguijuelas “chupa gobierno” no ven porque la comodidad no les da
para entender que la gente común, debe estirar cuatro lochas para todo un mes y
todo el doble de caro.
No olvidemos la Guerra Mediática, esa maravilla inventada de palabra por
los políticos para justificar su ineptitud y cinismo. Es ahí donde se cocinan
nuestras desgracias. Y no porque los medios imperialistas estén confabulando en
contra de la suprema felicidad nacional, no, es que la gente no ve que así como
las grandes cadenas manipula información, los medios públicos también lo hacen.
¿Qué cómo? Muy fácil, mire, pongamos un ejemplo: si usted cree que su vecino,
el presidente de la junta de condominio, es una ser maravilloso caído del
cielo, no va a creerle a nadie que venga a decirle que él es mal administrador
del condominio, porque usted ve cómo se comporta de manera honesta y alegre con
su familia, amigos y vecinos cuando está en público. Ni que venga su propia
esposa a contarle.
En cambio, cuando usted ve ese comportamiento erróneo y luego ve la
farsa que hace en público, su entendimiento de las cosas es distinto. ¿En dónde
está lo mediático? En que usted decide qué ver y qué creer y qué no, pero antes
de tomar una postura, debería cerciorarse de que el otro, al menos, no tenga la
razón en nada de lo que dice.
La guerra mediática hace eso. Por un lado, endiosa a los “líderes” de la
MUD que lo único que hacen en fingir un martirio sacrosanto a causa de su
heroica y encarnizada lucha contra esta dictadura opresora y totalitaria (por
si no entendió, es sarcasmo) esto ocurre, no para que usted crea que ellos son
buenos, sino para que la imagen del contrario automáticamente sea mala ante sus
ojos.
Por otro lado tenemos los medios oficiales que le van a decir que todo
está bien, que no se preocupe, que agradezca que vive en la única sucursal
terrestre del cielo. Aunque la mala gestión sea obvia, las mentiras evidentes,
y las consecuencias nefastas la sufra todos los días, usted se empeñará en
seguir apoyando a su “líder” porque la guerra mediática no quiere que usted los
ame, no en primera instancia, sino que usted piense que el otro es el malo del
asunto.
¿Le parece complicado? Vaya y busque una medicina para que vea como
tendrá que dar más vueltas que Cristóbal Colón, vaya y busque azúcar para que
vea si hay, ya existe una cola kilométrica de gente esperando llevarla; y si no
hay cola, entonces son dos por persona. Y cuando la cosa es peor, entonces no
hay y hay cola para comprar papel higiénico.
Últimamente las personas por las redes están repitiendo una frase
parecida a “dejemos todo en las manos de Dios”. Mire, usted que me lee, sea del
bando que sea, si cree que tiene un poco de sentido común, piense por un
momento si esperando a que todo pase por obra y gracia del Espíritu Santo es
una buena manera de comenzar a respetar, a tolerar, a abrir la mente para que
el criterio de otros no nos haga daño. Si le parece que sí, y cree tener la
razón absoluta e irrefutable de sus ideas, déjeme decirle que usted pertenece al
bando de la gente que sí hace daño al país.
Las personas que piensan que el Gobierno es bueno y la oposición mala, o
viceversa, pero echan basura en la calle son las que realmente produce el
conflicto. El pueblo no es el reflejo de sus dirigentes, todo lo contrario, son
ellos los que están puestos ahí porque la mayoría piensa como ellos. Analice un
poco: las calles siguen sucias y le echan la culpa al gobierno, pero nadie es
capaz de botar el vaso de chicha en el basurero sino lo echa en medio de la
calle ¿Con qué moral se le reclama al alcalde, diputado, gobernador o
presidente, que todo está sucio por culpa de ellos?
Si todos nos comportamos como ellos, los políticos, quieren que nos
comportemos, no podemos esperar que todo cambie. Si usted no deja de pelear por
políticos (que a fin de cuenta tienen dinero todos, de ambos bandos, y no hacen
cola y no sufren en el Metro o de levantarse temprano a buscar leche o azúcar)
no espere que el otro lo haga. Porque ese es el truco de la política: el juego
en el terreno de la sociedad.
Para hacer la diferencia hay que aprender a respetar, a dejar de
ensuciar las calles, preocuparse por leer más las noticias, las que usted
desee, y observar la realidad como la vive, sin filtros ni pasiones. Esa no es
la solución, pero es un comienzo para que cuando la gente deje de enfrentarse
con la gente, comience a enfrentarse a los problemas reales de la sociedad y a
los políticos que nos ven como sus juguetes. Cuando aprendamos que ellos son
sólo un reflejo de nuestro papel como ciudadanos, ese día el país empezará a
transformarse.