jueves, 24 de julio de 2014

La gente vs la gente

Hacer un análisis sociológico en Venezuela no es tan fácil como parece, menos si tomamos en cuenta que aquí la gente puede ser muy apática como ciudadanos, pero a la hora de hacer enfrentamientos políticos, se les despierta el gen de la pasión y todo lo llevan al extremo. No todos, por supuesto, pero es el común denominador de nuestros últimos quince años. Por cierto, qué lástima que haya terminado el mundial, porque después de cuatro años pude ver a mi vecino compartir en felicidad el triunfo de su selección favorita. Pero bueno, no todo es perfecto, ya acabada la distracción mundialista, debemos volver a mirar al mundo y sus conflictos. Y a nosotros mismos, por supuesto, porque de nada nos sirve seguir viendo las novelas baratas de Venevisión y quedarnos frente a una pantalla mientras nos envenena (o adormecen) la mente.
Decía Einstein que “hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”  y es cierto. Fíjese usted que aquí en Venezuela no es fácil estudiar a las personas, al ciudadano común, por una simple razón: la voluntad la tienen más estropeada que el liderazgo de la MUD.
Estamos viviendo en una situación de tanta intensidad política que uno ya no puede ni felicitar a la selección Alemana de futbol porque siempre sale alguien diciendo: “no es el día de felicitar a extranjeros, es el día de salvar a la patria” o “el futbol es un invento del imperialismo”. Aquí es dónde uno se pregunta: ¿Por qué pelean tanto y por tontería? Fácil: la política nos ha convertido en rivales a nosotros mismos.
En los conflictos siempre habrá dos partes disputándose una verdad. Rusia y Ucrania, por ejemplo; o Israel y Palestina. O la señora que dice que estamos mal y la vecina que cree que vivimos en la Isla de la fantasía. Sea cuál sea el caso, el hecho más importante es que en Venezuela la gente se ha volcado a sentir tanta pasión por la política (y los políticos) y eso nos lleva a concluir que la lucha no es solamente El Gobierno contra la Oposición, no, es de los ciudadanos contra los ciudadanos.
Si revisamos los hechos del último año podemos observar que el venezolano no sólo pelea por política, ahora pelean cuando hacen cola para conseguir leche, cuando deben comprar un desodorante por persona, cuando llega azúcar a un local de chinos en la avenida Baralt y todos se caen a golpes para ver quién entra primero… en fin, una cantidad equis de situaciones que ninguna de las dos partes involucradas parece notar.
Una parte de esa gente pelea por comida, insumos, medicinas y servicios básicos como el agua y la luz, y otra que, aunque no consigan nada y no asuman que hay ciertas situaciones incomprensibles en el país (como el hecho de tener una tasa de cambio elevada que nos deja una malta en 25 Bs, malta que, valga la ironía, producimos aquí) no tan con cierta molestia como cada vez se hacen más evidentes las similitudes que tenemos con nuestros hermanos venezolanos. Entre esas similitudes están en el hecho de padecer, todos, el mismo mal: los políticos nos ven la cara de pendejos.
Tenemos un presidente que habla de paz por una parte, y por la otra envía tropas militares, cuál comando Swat, a las manifestaciones pacificas para reprimir las marchas. ¡Ojalá enviaran a los militares a la frontera para que repriman a los narcotraficantes con la misma diligencia burocrática! Tenemos unos policías que, por un lado, asaltan a media noche las vigilias y universidades para detener a inocentes y culpables por igual pero que encubren las actuaciones de colectivos y malandros infiltrados, y ni hablar de ir a los barrios o patrullar las calles, no señor, nada de eso; primero el compromiso con la patria suprema y el pueblo.
Claro, y el pueblo que siga sufriendo ¿no?
Mientras todo eso ocurre frente a nuestras narices, los venezolanos estamos atrapados en una guerra más personal y peligrosa. La guerra con nuestros hermanos. Y ni hablar del suplicio del salario mínimo que las pertinentes sanguijuelas “chupa gobierno” no ven porque la comodidad no les da para entender que la gente común, debe estirar cuatro lochas para todo un mes y todo el doble de caro.
No olvidemos la Guerra Mediática, esa maravilla inventada de palabra por los políticos para justificar su ineptitud y cinismo. Es ahí donde se cocinan nuestras desgracias. Y no porque los medios imperialistas estén confabulando en contra de la suprema felicidad nacional, no, es que la gente no ve que así como las grandes cadenas manipula información, los medios públicos también lo hacen. ¿Qué cómo? Muy fácil, mire, pongamos un ejemplo: si usted cree que su vecino, el presidente de la junta de condominio, es una ser maravilloso caído del cielo, no va a creerle a nadie que venga a decirle que él es mal administrador del condominio, porque usted ve cómo se comporta de manera honesta y alegre con su familia, amigos y vecinos cuando está en público. Ni que venga su propia esposa a contarle.
En cambio, cuando usted ve ese comportamiento erróneo y luego ve la farsa que hace en público, su entendimiento de las cosas es distinto. ¿En dónde está lo mediático? En que usted decide qué ver y qué creer y qué no, pero antes de tomar una postura, debería cerciorarse de que el otro, al menos, no tenga la razón en nada de lo que dice.
La guerra mediática hace eso. Por un lado, endiosa a los “líderes” de la MUD que lo único que hacen en fingir un martirio sacrosanto a causa de su heroica y encarnizada lucha contra esta dictadura opresora y totalitaria (por si no entendió, es sarcasmo) esto ocurre, no para que usted crea que ellos son buenos, sino para que la imagen del contrario automáticamente sea mala ante sus ojos.
Por otro lado tenemos los medios oficiales que le van a  decir que todo está bien, que no se preocupe, que agradezca que vive en la única sucursal terrestre del cielo. Aunque la mala gestión sea obvia, las mentiras evidentes, y las consecuencias nefastas la sufra todos los días, usted se empeñará en seguir apoyando a su “líder” porque la guerra mediática no quiere que usted los ame, no en primera instancia, sino que usted piense que el otro es el malo del asunto.
¿Le parece complicado? Vaya y busque una medicina para que vea como tendrá que dar más vueltas que Cristóbal Colón, vaya y busque azúcar para que vea si hay, ya existe una cola kilométrica de gente esperando llevarla; y si no hay cola, entonces son dos por persona. Y cuando la cosa es peor, entonces no hay y hay cola para comprar papel higiénico.
Últimamente las personas por las redes están repitiendo una frase parecida a “dejemos todo en las manos de Dios”. Mire, usted que me lee, sea del bando que sea, si cree que tiene un poco de sentido común, piense por un momento si esperando a que todo pase por obra y gracia del Espíritu Santo es una buena manera de comenzar a respetar, a tolerar, a abrir la mente para que el criterio de otros no nos haga daño. Si le parece que sí, y cree tener la razón absoluta e irrefutable de sus ideas, déjeme decirle que usted pertenece al bando de la gente que sí hace daño al país.
Las personas que piensan que el Gobierno es bueno y la oposición mala, o viceversa, pero echan basura en la calle son las que realmente produce el conflicto. El pueblo no es el reflejo de sus dirigentes, todo lo contrario, son ellos los que están puestos ahí porque la mayoría piensa como ellos. Analice un poco: las calles siguen sucias y le echan la culpa al gobierno, pero nadie es capaz de botar el vaso de chicha en el basurero sino lo echa en medio de la calle ¿Con qué moral se le reclama al alcalde, diputado, gobernador o presidente, que todo está sucio por culpa de ellos?
Si todos nos comportamos como ellos, los políticos, quieren que nos comportemos, no podemos esperar que todo cambie. Si usted no deja de pelear por políticos (que a fin de cuenta tienen dinero todos, de ambos bandos, y no hacen cola y no sufren en el Metro o de levantarse temprano a buscar leche o azúcar) no espere que el otro lo haga. Porque ese es el truco de la política: el juego en el terreno de la sociedad.
Para hacer la diferencia hay que aprender a respetar, a dejar de ensuciar las calles, preocuparse por leer más las noticias, las que usted desee, y observar la realidad como la vive, sin filtros ni pasiones. Esa no es la solución, pero es un comienzo para que cuando la gente deje de enfrentarse con la gente, comience a enfrentarse a los problemas reales de la sociedad y a los políticos que nos ven como sus juguetes. Cuando aprendamos que ellos son sólo un reflejo de nuestro papel como ciudadanos, ese día el país empezará a transformarse.


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